En busca del “Camino de las estrellas”

La prolongación del Camino de Santiago hasta Fisterra y Muxía constituye, sin lugar a dudas, una de las experiencias más transcendentes que todo ser humano puede llegar a experimentar a lo largo de su vida. Al contrario de lo que se cree, este itinerario vinculado al “Camino de las Estrellas” tiene sus orígenes varios siglos atrás; concretamente en la Edad Media, tal y como certifican numerosos documentos y testimonios orales que la historiografía nos ha ido legando.

Ciertamente, desde la donación realizada en 1119 por el rey D. Alfonso VII al Monasterio de San Julián de Moraime, donde se consigna: “ad victum et substentationem monachorum pauperum et hospitum peregrinorum advenientum”, pasando por la fundación en 1479 del Hospital de Peregrinos de Nuestra Señora del Rosario de Fisterra, construido por el Licenciado D. Alonso García, la gran afluencia de peregrinos llegados desde los más recónditos lugares del planeta con el propósito de conocer esta comarca no ha dejado de crecer.

Son muchos los motivos que podrían explicar este verdadero fenómeno social que, envuelto en un atrayente misterio y desde la más remota antigüedad, rodea al viejo Finisterrae; ese limbo luminoso que anima a conocer sus paisajes, su mítico y seductor influjo, sus embriagadoras leyendas y tradiciones que todavía hoy habitan y perduran en la memoria colectiva.

Más allá de la poderosa influencia que, sin duda, supuso la tradición Jacobea en lo que respecta al impulso y auge de este confín atlántico, como acabamos de observar, lo cierto es que desde tiempos inmemoriales son incontables los visitantes que intentando dar respuesta a los designios de su propia existencia decidieron iniciar ese camino vital terminando en estas apartadas tierras, o bien, partiendo de ellas.

Emprender el Camino que va de Santiago hasta Fisterra y Muxía no es, solamente, terminar un camino físico, material, ni cargar a las espaldas una mochila llena de harapos con los pies gastados de tanto andar a la intemperie. Antes bien lo contrario. Arribar a este milenario lugar del fin de la tierra guiados apenas por la mágica luz de las estrellas posee una significación especial de un carácter mucho más íntimo, tal vez parecido a un aura en la que se mezclan lo existencial y lo espiritual, un portentoso itinerario de luz y de paz que lo hacen único e insondable.

Casi mil años de historia demuestran -y avalan-, pues así lo reflejan documentos incunables, vetustos libros y/o antiguos pergaminos, la profusa peregrinación que a lo largo de los siglos se ha ido desenvolviendo en esta nuestra comarca, tan apartada de los núcleos de poder y, a la vez, tan cerca de los corazones más sensibles y fervorosos.

Custodiadas en la memoria de los tiempos están estas tierras, este mar, cada puente y cada iglesia, cada manantial de agua, cada secular crucero: “Donde hay un crucero hubo siempre un pecado, y cada crucero es una oración de piedra que hizo bajar un perdón del Cielo. Reparad en los cruceros y descubriréis muchos tesoros”, escribió Castelao en su libro As cruces de pedra na Galiza.

Si algún día, animoso caminante, decides visitar estos paisajes tan abruptos y agrestes, tan llenos de luz y de misterio, harías bien en venir portando un espíritu libre, observador y solitario, ansioso de descubrir no solo lo que tus ojos cansados por el largo viaje pueden ver sino aquello que vive dentro de ti, pero que aún no lo sabías.

Ese es tu verdadero tesoro, tu mayor recompensa! Guárdala bien, pues ilumina. Ultreya!

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